
El 28 de octubre de este año, la empresa Facebook Inc. se rebautizó a sí misma como Meta. Los usuarios atentos de WhatsApp habrán advertido que, desde ese día, al abrir sesión en la aplicación de teléfono, además del conocido auricular de teléfono sobre fondo verde aparecía a pie de pantalla la leyenda “by Meta” y un símbolo que alude al concepto de infinito. Aunque la empresa también es propietaria de las marcas Facebook, Instagram y Oculus, ese símbolo solo aparece en el sitio web de la última.
En este momento, Facebook es la red social con el mayor número de usuarios (2,895 millones) y sus otras marcas ocupan los lugares tercero al quinto bajo el mismo indicador. YouTube, otra red con gran presencia en México, está en el segundo lugar, pero Twitter y Pinterest, que también tienen considerable peso en nuestro país, figuran a nivel mundial en los lugares 14 y 15, con un total de usuarios entre ambas que apenas iguala 40% el de Facebook. Con semejante peso, ¿qué sentido tiene cambiar el nombre?
¿Relaciones públicas o reorganización a fondo?
Los comentaristas más críticos del gigante social-tecnológico de inmediato señalaron que la intención es más que nada cosmética. Ya tienen más de diez años las acusaciones en su contra, por la forma como descuida la privacidad de sus usuarios y comercializa su información personal. Además de crecer en virulencia, se han hecho más y más frecuentes. Tan solo este año hubo dos; primero, una exempleada denunció la indiferencia de los altos ejecutivos ante la forma como gobiernos de ciertos países empleaban la red social para engañar a sus ciudadanos. Pasó inadvertida, a diferencia de Frances Haugen, quien en septiembre hizo algo similar, con mucho mayor efecto.
Como empresa, Facebook (o Meta, su reencarnación) ya es mucho más que su punto de partida, una red social. El cambio de nombre expresa una situación similar a la de Google en 2015, que se convirtió en Alphabet al tiempo que se reestructuraba, para dejar el motor de búsqueda como uno más de los intereses de una de sus subsidiarias. Al darse a conocer el nuevo nombre, la médula del mensaje señaló la intención estaba en reorientar el propósito empresarial al desarrollo del “metaverso”: el universo más allá de nuestro universo.
En qué consiste el metaverso
Por supuesto, hablar de un universo más allá de nuestro universo no dice gran cosa. Según el sitio web de Meta misma, el metaverso es “un grupo de espacios virtuales en donde [tú, el usuario] puedes crear y explorar en compañía de otras personas que no están en el mismo espacio físico… [para] convivir con los amigos, trabajar, jugar, aprender, comprar, crear y más”.
La cuestión es que esta definición, fácil de entender, está sesgada por el definidor. Llaman la atención el juego y el comercio, actividades en las que la marca Oculus y la red social Facebook ya desempeñan respectivamente un papel tan destacado.
La revista en línea The Verge aporta una definición más rigurosa pero más difícil de descifrar: “El metaverso es difícil de explicar por una razón: no necesariamente existe. Por un lado, es un sueño sobre el internet del futuro; por el otro, es una manera fácil de encapsular tendencias actuales en torno a la infraestructura en línea, incluida la multiplicación de los mundos 3D en tiempo real.”
Resulta así que Meta se está montando en un concepto que ya tiene tiempo de aflorar en boca de los expertos en tecnologías digitales, cuando se refieren a plataformas digitales en las que destacan ciertos aspectos o atributos, por ejemplo:
Experiencias inmersivas
En este sentido, la misma revista explica que el juego en línea Second Life y la experiencia de usuario que Fortnite ofrece también pueden calificar como metaversos. Otro caso son los usuarios de Roblox, que acostumbran describir así a la plataforma, como un metaverso.
Ahora bien, desarrollar un espacio virtual que permita a los internautas verse a sí mismos moviéndose de acá para allá como si realmente estuvieran usando la colección de prendas que cierta marca lanzará para la siguiente temporada tiene todo el sentido del mundo, en términos comerciales. Semejante experiencia permitiría escoger los modelos que mejor sientan a cada quien, según su muy particular fisonomía. Una experiencia similar con un nuevo modelo de automóvil sería aún más impactante. Aunque no incluya el peculiar aroma de los autos nuevos, nada como experimentar a qué suena, cómo acelera y cómo toma las curvas para decidir la compra.
En otro plano de la actividad humana, una sala de juntas donde los avatares de personas vivas tienen la misma expresividad en rostros, ademanes y posturas corporales que sus representados contribuiría enormemente a la productividad del teletrabajo. Hoy por hoy, sacar adelante cualquier tarea en colaboración con los recursos que nos dan las plataformas para videoconferencia es, por decir lo menos, todo un reto.
Pero ampliar esas experiencias de modo que “calquen” todo lo que rodea al propósito central (poner a prueba un producto, colaborar con otras personas), parece un poco exagerado o superficial. ¿De qué serviría recorrer los pasillos de una tienda de ropa virtual, con avatares de dependientes que ofrecen su ayuda, con departamentos donde los hombres también van y curiosean la ropa de mujer o viceversa, con los avatares de otros compradores haciendo lo mismo?
En otros casos sería hasta estorboso. La experiencia del metaverso, según se ha descrito, consumiría un ancho de banda que está fuera del alcance para millones de internautas en lugares donde la infraestructura de telecomunicación es incipiente. Además, es inaccesible para ciegos o con impedimentos, pues por lo pronto se centra en el sentido de la vista. Para ellos, el internet actual, centrado en textos que se pueden conocer mediante lectores en voz alta, es lo indicado. Imágenes 3D no les aportan lada, por más que reproduzcan con exactitud y en tiempo real una situación a distancia.
Sin embargo, eso es lo que los más entusiastas propulsores del metaverso empaquetan con su entusiasmo, al asegurar que no se trata de la evolución natural del internet sino algo “totalmente nuevo”. Habrá que esperar para ver si realmente desemboca en una experiencia revolucionaria o si no pasa de una jugada publicitaria para atraer más gamers a tal o cual plataforma de juego.