
En la constante evolución que se da en las tecnologías digitales, de tanto en tanto asoman conceptos nuevos. Su presencia, al principio marginal, con el tiempo comienza a acentuarse en textos y conversaciones sobre diversos asuntos. Es común que se conviertan en términos de uso común, a pesar de que la comprensión de su significado y de sus posibilidades no estén del todo asentadas.
En esa categoría encontramos en este momento un concepto, expresado en forma de siglas, cosa que tampoco es algo raro en este ámbito, como lo ilustran UX en lugar de “experiencia de usuario” o BI por “inteligencia de negocio”, por citar dos ejemplos. Hablamos de los NFTs, siglas de las palabras non fungible tokens en inglés. Echando mano del diccionario, podemos traducirlo al español como “fichas no fungibles”.
Objetos digitales irrepetibles
Algo que caracteriza a las tecnologías digitales es la facilidad con la que se replican sus objetos, es decir, los archivos que en la mayor parte de los casos sustituyen objetos de la vida real plasmados sobre papel. De hecho, esta ventaja de la reproducción impecable se ha convertido en un problema, el crecimiento de la piratería. Quienes tengan suficiente edad, recordarán hace décadas las polémicas sobre equipos de cómputo que incluían un dispositivo que permitía “quemar” un CD o la cancelación del sitio web Napster en el que las personas se “prestaban” archivos de música. Las industrias de la música, de los libros y del software continúan en medio de una honda transformación, a causa de esta facilidad de reproducción de lo digital.
La idea del NFT consiste en quitarle a un archivo digital ese atributo y dotarlo de lo opuesto. Se necesita que sea un archivo digital sea único e irrepetible; por supuesto, se necesita además que el archivo mismo pueda demostrar su singularidad. Es una distinción que es imposible si hoy por hoy se comparan los archivos digitales de una cierta canción o una novela de un grupo musical o un autor descargadas por dos personas de dos sitios distintos.
Un nombre de naturaleza jurídica
La palabra “fungible” es un término que se usa entre abogados para los objetos que se pueden llevar de un lugar a otro, que son útiles si se consumen o si se intercambian por otros. Fungi es una palabra del latín que significa administrar o gastar, entre otras cosas. El dinero es un objeto fungible por excelencia. Una canasta de huevos también, pero no por sí misma sino a condición de que esos huevos alimenten a alguien o si el dueño de la gallina los canjea por otra cosa, digamos una cierta cantidad de trigo.
Por oposición, lo no fungible es algo que no se consume, no se gasta y no se acaba. Tampoco lo puede sustituir otro objeto, aunque tenga exactamente el mismo aspecto y sea además del mismo material. Las piezas de arte son no fungibles. Ningún coleccionista aceptaría cambiar una pintura de su colección por una copia, por mucho cuidado que se destinara a asegurar la exactitud de la copia en materiales, técnicas y ejecución.
Lo que determina el valor de lo no fungible es justamente su singularidad y la imposibilidad de que alguien lo reproduzca. En el mundo digital de lo reproducible sin límite, esta imposibilidad crea valor, el valor de la escasez que es lo que hace al oro valioso, a diferencia del hierro, que es muchísimo más abundante. Cuando alguien produce (o más bien acuña) un NFT (o ficha no fungible), es decir cuando genera el archivo digital, se le dota con una cadena de bloques única. Mediante la tecnología blockchain se guarda el registro de la acuñación y se garantiza además que no se podrá reproducir.
Los usos comerciales
A principios del año pasado, un pintor y diseñador gráfico con el seudónimo Beeple vendió un collage de fotografías suyas con el título Todos los días: los primeros 5000 días. Si uno realiza en Google una búsqueda con las palabras “beeple nft”, puede ver infinidad de versiones en internet. Esas imágenes que reproducen el collage original son de todos tamaños y resoluciones, dependiendo del sitio web que las hospede. Determinar su genealogía, cuál antecede a cuál otra, cuál es una versión de cuál otra con menor tamaño o resolución más limitada es imposible. Sin embargo, lo que Beeple hizo con “su” archivo original fue dotarlo de un NFT. Acordó con la casa de subastas Christie’s subastar ese archivo al mejor postor. El original “toquenizado” se entregaría a quien pujara la mayor cantidad de criptomoneda Ethereum. En una carambola de prestigios entre artista y subastador, el resultado no fue para despreciarse: al tipo de cambio del día señalado, Beeple obtuvo unos 70 millones de dólares.
Esa jugada la han repetido otros en ese ámbito de actividad, las artes plásticas. Otros han seguido el ejemplo en otros ámbitos. Ya se han comercializado juegos, mundos virtuales, música, cine y hasta un evento de protesta política: un video filmado con anterioridad en el que un profesor universitario destruía una placa conmemorativa en memoria de una persona acusada de nazismo fue “toquenizado” (o más propiamente, acuñado) con su NFT.
La posibilidad de distinguir dos objetos aparentemente idénticos de manera que se demuestre cuál es el original y cuál es la copia permite otro tipo de creación de valor, el de la exclusividad: “esto no es único pero sí es para unos pocos, los elegidos”. Bajo esta idea, la liga de básquetbol estadounidense ya opera un sitio web donde los aficionados adquieren “Momentos”. Se trata de archivos digitales que permiten al comprador ver una cierta jugada particularmente espectacular de una manera especial. Se acompaña de un video con explicaciones e información sobre el jugador y la jugada. El precio del Momento depende de su categoría, como las prestaciones de una tarjeta de crédito o una membresía en un club.
Más allá del arte, se estima que la tecnología blockchain podría usarse para acuñar NFTs que representan un boleto de ingreso a un evento. Para casos como las finales de los campeonatos de fútbol o la clausura de tal o cual olimpiada se podría trasladar a una plataforma de cadena de bloques su venta. Se trata de eventos cuyo prestigio va mucho más allá que lo rigurosamente deportivo, donde la demanda de acceso supera por mucho el aforo de los espacios donde se realizan, hacerlo permitiría a la entidad que organiza el llevar el registro de cuántas ocasiones cambia de manos ese NFT. En teoría, obtendrían beneficios inclusive de las operaciones de reventa, sean legales o no.
Fama y exclusividad son dos factores que se entrecruzan al momento de determinar cuánto vale qué. Quienes no tengan interés en los deportes, difícilmente adquirirían un Momento de la NBA. Pero otro factor que está aquí en juego es el especulativo, lo que hace que un objeto sea de interés no por lo que es en sí sino por lo que alguien podría en un futuro estar dispuesto a dar a cambio. Los tres factores anteceden a las tecnologías digitales. En este sentido, los NFTs son solamente un recurso que permite canalizar de manera novedosa ciertos aspectos de la conducta de la gente que son tan antiguos como la gente misma.
En ese sentido también, podemos estar seguros de que tarde o temprano, los NFTs y los recursos tecnológicos necesarios para su creación e intercambio comenzarán a tener presencia en México. En Lennken Group estaremos atentos para responder a las necesidades de personas y organismos, para responder con tecnología y posibilitar su aprovechamiento. En contacto@lennken.com estamos a tus órdenes.